Lanzamiento “Si callan a los míos… gritarán hasta las piedras” de Francisco Herrera Aráuz
Cuando se me invitó a este lanzamiento de “Si callan a los míos… gritarán hasta las piedras” de mi buen amigo Francisco Herrera Aráuz, se me pidió que contara mi experiencia de cómo viví la llamada “guerra de los cuatro reales”.
Yo era un estudiante universitario para entonces, y la conclusión primera que me asalta al analizar esos días, es que toda sociedad necesita de la rebeldía de los jóvenes.
Albert Camus tiene una frase excepcional al respecto porque establece claramente que “No es noble la rebelión por sí misma, sino por lo que exige.”
Pancho Herrera muestra, página tras página, cómo se agitaba en los jóvenes una preocupación social, inspirada en las luchas populares centroamericanas. La revolución sandinista venía marcando una nueva ruta que los estudiantes veíamos absolutamente inviable en Ecuador con una dictadura represiva.
¿Qué buscaban esos jóvenes? ¿Cuál era el origen de nuestra rebeldía?
Me es absolutamente claro que el origen está en el tipo de sociedad que nos tocó vivir en ese momento. Era segregacionista, absolutamente excluyente, basada en élites. Éramos críticos inconformes, pero –de ninguna manera- al estilo de un rebelde sin causa.
Me refiero a una diferencia conceptual en el papel de los jóvenes: existían inquietudes respecto del país y de la situación que se vivía. Por ello, fue una rebelión no tanto contra la dictadura, sino contra la sociedad.
Cocteau solía decir que “La juventud sabe lo que no quiere antes de saber lo que quiere.” Algo de eso éramos entonces. No queríamos persecuciones a los teólogos de la liberación, no queríamos más masacres estilo Aztra, no queríamos más deuda externa…
Lo cierto es que, como bien anota Francisco, del movimiento de estudiantes secundarios surgió una protesta que se expandió hacia amas de casa, cristianos de base, obreros… los adolescentes encendieron la chispa que avivó una toma de conciencia nacional. Fue y es un hito en la historia de la lucha popular.
Mirando a la distancia, debo reconocer grandes aciertos en esos jóvenes. El mayor de todos es que nunca pretendimos ser protagonistas de una revolución. Recuerdo bien que la consigna era ser “estudiantes auxiliares en las luchas populares”.
Fueron elementos coadyuvantes de un proceso que, desde entonces, ya no tuvo marcha atrás.
Pancho concluye con acierto cuando anota como consecuencias de la “guerra de los cuatro reales”, el real retorno a la democracia, la institucionalización de varios movimientos políticos y –sobre todo- la consolidación de un movimiento estudiantil que tendría luego enorme protagonismo en la historia ecuatoriana.
Puesto que nunca pretendimos ser líderes ni caudillos, logramos contagiar y avivar conciencias. Despertamos la solidaridad de todos aquellos que sintieron que alguien “les daba diciendo”, “les daba protestando”. Inclusive nuestras familias se nos fueron uniendo como causa común.
Tomas de calles, vías cerradas, marchas de cacerolas, encarcelamientos, proclamas, manifestaciones, consignas… todo llamaba a una reflexión política.
Y eso, sólo pueden lograrlo quienes actúan con la irreverencia de la juventud y la búsqueda sincera de tiempos mejores. Ibsen decía que “Un verdadero espíritu de rebeldía es aquel que busca la felicidad en esta vida.”
Hoy, a la distancia, puedo ver con ojos más imparciales a esos casi niños, y reconocer que no deberíamos perder –nunca- esa visión de que sí podemos cambiar el mundo.
Éramos dueños de esa otra rebeldía: la de no conformarse con la realidad, la de no aceptar que tiempo y espacio no pueden cambiar. Y entonces sólo me queda saludar esa postura revolucionaria y rebelarme contra aquellos que dicen que, finalmente, somos incendiarios a los 20 y bomberos a los 40.
Quiero ufanarme con Bertrand Russell de que “Al contrario del esquema habitual, me he hecho gradualmente más rebelde a medida que he envejecido“.
Así quiero seguir siendo: igual de rebelde que los estudiantes secundarios que en abril de 1978 se lanzaron a las calles, sin más protección que sus sueños de un mundo mejor.
Para Leonardo da Vinci “La rebeldía es hija de la experiencia.” Eso reconforta a quienes hayan sentido algo de nostalgia al leer “Si callan a los míos… gritarán hasta las piedras”.
Aquí están, estamos, hoy muchos de los protagonistas de 1978. Esa actitud de entonces, debe ser la de ahora, en todos nosotros, en cualquier trinchera que nos haya colocado el destino.
«Camina lento, no te apresures, que a donde tienes que llegar es a ti mismo.» decía Ortega y Gasset porque “Quien no haya sentido en la mano palpitar el peligro del tiempo, no ha llegado a la entraña del destino, no ha hecho más que acariciar su mórbida mejilla”.
Sigamos siendo rebeldes, que así contagiaremos la revolución.
Amigas, amigos