DISCURSO DEL SEÑOR VICEPRESIDENTE AL RECIBIR LA CONDECORACIÓN ORDEN ANTONIO JOSÉ DE IRISARRI EN EL GRADO DE GRAN CRUZ

Guatemala, 26 de mayo, 2011

“Es un honor el recibir una condecoración en memoria de Antonio José de Irisarri. Su vida de entrega a las causas de pueblos hermanos es ejemplar. Ya no hay hombres como él, que siente suyas las esperanzas de otros, porque entendió que para la solidaridad no hay fronteras ni excepciones.

Vaya mi profundo agradecimiento al gobierno de la hermana república de Guatemala por el interés que puso, desde el primer momento en el que establecimos contacto, por la tarea que estamos desarrollando en Ecuador respecto de las personas con discapacidad, así como por la generosidad en compartir con nosotros sus propias experiencias respecto de este tema.

Cuando conocí los considerandos de la Orden que hoy se me impone, reconocí anhelos compartidos como el de la “hermandad y respeto” entre los pueblos, y aprendí que para ustedes Antonio José de Irisarri es “hombre símbolo que dedicó su vida a la causa de América” a quien sirvió con “fe, capacidad y valor”.

Si buscáramos las raíces de las causas sociales de siglo XX en el continente, así como el impulso original de muchas generaciones revolucionarias de las Américas, más temprano que tarde tendríamos que reconocer a Guatemala como una de las gestoras, y suscitadoras.

Por lo menos en lo que a mi generación se refiere, Miguel Angel Asturias marca un punto de quiebre en lo que fue la denuncia de las dictaduras, mientras Alaíde Foppa ahondaba esa larga herida que significa el destierro. Fueron demasiados los años en que exilado era sinónimo de latinoamericano.

Cuando conocemos hermanos de otros países, tenemos la tendencia a creer que son fieles representantes de su pueblo. Permítanme un ejemplo: apenas antes de ayer firmamos un convenio con el Cirque du Soleil de Canadá; sólo conozco a cuatro de sus representantes y son tan amables, que siempre aseguré que así es el canadiense en general (por cierto, lo comprobé cuando tuve la ocasión de ir a sus instalaciones en Montreal).

Eso le sucedió a la comunidad cultural del Ecuador cuando Mario Monteforte Toledo vivió entre nosotros. Amante profundo de sus raíces indígenas y gran promotor de los artistas guatemaltecos, juntó un grupo de estudiantes para analizar los orígenes y los nexos del arte barroco en Ecuador.

Una de sus “discípulas” de este trabajo me decía apenas hace unos días, que de él aprendieron que este continente es uno solo en su gente. Que no podemos ni debemos analizar nada iberoamericano dentro de fronteras que nunca existieron. Que Monteforte les enseñó a analizar los temas culturales, y acaso artísticos y políticos, como si nuestro continente fuera un pez en donde las tradiciones se van traslapando como escamas. En arqueología, por ejemplo, las piezas del norte de América se asemejan a las de Mesoamérica; éstas, a las de Centroamérica, y luego se siguen traslapando: de Venezuela a Colombia, de Colombia a Ecuador, de Ecuador a Perú, y así sucesivamente.

Es evidente que, al final, nada tiene que ver un esquimal con un pascuense. Pero eso sólo es en lo externo, en lo material, porque los dos no son sino extremos de largas vidas en común que se fueron concatenando en la vida y el dolor.

Y ahora que piso tierra maya, que conozco de cerca a los herederos de los quichés y que veo el paisaje que tanto amó Cardoza y Aragón, Abularach, Rigoberta Menchú o mi gran amigo Monterroso, confirmo que el pueblo guatemalteco es como lo intuí con los primeros chapines que conocí: se sabe ciudadano universal y, porque ama lo suyo, sabe que nada humano le es ajeno, como diría Terencio.

Permítanme asegurar que el guatemalteco es un pueblo solidario por tradición y generoso por herencia. Para prueba, el mismo Irisarri que hoy cobija este evento.

Pero también tiene uno de los más bellos estilos de sabiduría. Esa que viene con el humor.

Quisiera terminar con un ejemplo.

Fueron muchas las décadas en las que luchamos por recuperar para la historia el verdadero papel del conquistador y del indígena. La academia preparó textos y pensum; los artistas se convirtieron en historiadores de la imagen del conquistado; los políticos enarbolaron frases e hicieron partidos.

Estudiamos, denunciamos, narramos epopeyas para contar a las nuevas generaciones la injusticia de la conquista.

Pero nada tan exitoso para esa lucha, justa por cierto, como el cuento “Eclipse” de Tito Monterroso.

Con apenas 322 palabras, logró retratar las dos caras de la conquista y dejar a cada lado en el sitial que merece y a nosotros con la alegría de la sonrisa como primera reacción a la lectura.

Y, bella coincidencia, me estoy refiriendo a un gran escritor que nació en Honduras y vivió en México pero siempre se dijo guatemalteco. Es decir, nuevamente esa maravillosa tendencia a considerarse y sentirse conciudadano con todos.

El humor, es la mejor arma que tenemos para sobrellevar el mundo que no siempre es amable.

García Márquez dijo que a Monterroso había que leerlo “con las manos arriba” porque “su peligrosidad se funda en la sabiduría solapada y la belleza mortífera de la falta de seriedad”.

O sea que a Guatemala también le debemos ser uno de los orígenes de esas otras armas contra la injusticia y la inequidad.

Tito Monterroso decía que acude a la brevedad “no como un término de la retórica sino de la buena educación”.

Por eso, fiel a mi amigo, seré bien educado y daré por terminada mi intervención no sin antes agradecer de corazón este honor que hoy me han conferido.

Espero ser digno de tan universal y solidario guatemalteco.

Señoras, señores».