Ceremonia en conmemoración de los 191 años de la Batalla de Pichincha y día de las Fuerzas Armadas
Hoy, conmemoramos el aniversario 191 de la gloriosa Batalla del Pichincha, en la que el pueblo ecuatoriano conquistó a fuego y sangre su primera independencia.
Tiempo atrás, las letras del Nuevo Luciano, del Quiteño Libre, convocaban a la dignidad, a una rebelión para terminar con los privilegios, con la falta de salud, con la inexistencia de educación, con la falta de verdad; eran las páginas apasionadas del Precursor Eugenio de Santa Cruz y Espejo, el Duende de América, convocando a la construcción de la Patria, a la unidad para buscar el bienestar común.
Con el triunfo del 24 de mayo de 1822 se consolidó la Independencia, al tiempo que se proclamaban los ideales de la Patria Grande Latinoamericana.
La participación solidaria y decidida de todo un pueblo, superó grandes desigualdades:
Las armas de los realistas eran compradas con fondos de la corona, que habían sido arrebatados de las manos de nuestros abuelos. Eran recursos que le robaban al pueblo.
Mientras que las armas del ejército patriota se hacían a mano, se juntaban en las casas, en los poblados, con lo que la gente podía colaborar.
Por eso, los ejércitos patriotas tenían uniformes dispares, cosidos a la luz de las velas y de la esperanza, elaborados de pueblo en pueblo; armas distintas, fruto de donaciones; las municiones eran de distintos materiales, de variados colores, también, pues se fundían joyas y toda clase de artefactos para los ejércitos de la libertad.
Los libertadores conformaban un ejército internacional de aproximadamente tres mil hombres, comandados por Antonio José de Sucre, formando un tapiz de diferentes uniformes y orígenes, pero con un solo corazón; argentinos, chilenos, bolivianos y peruanos, todos unidos por el amor a la libertad, reunidos para este combate decisivo, apoyados por el pueblo, alentados por la memoria de Eugenio de Santa Cruz y Espejo, por el ejemplo de los precursores del 10 de agosto de 1809, por los mártires de 2 de agosto de 1810.
La lucha era de todos, la victoria por primera vez, era de todos
La Libertad, la Independencia, eran inevitables, porque eran una exigencia de la historia. Muchos hombres engrosaban las columnas libertarias, las mujeres eran las generalas de la logística, las guarichas, que cocinaban en los campamentos y atendían a los heridos; los campesinos entregaban comida, los artesanos todo lo que podían, los sastres, los zapateros, las mujeres, los jóvenes, los esclavos, conspiraban y guardaban secretos; los que sabían contar contaban los rifles y los cañones del enemigo para decírselo al ejército patriota y se rezaba por la causa en todas las casas y en todas las iglesias.
La gente de Quito no estaba solo esperando que llegara Sucre, los barrios estaban preparados para conseguir su libertad; y la gente ayudó, con corazón, con amor; le mostraron a Sucre los misterios de los culuncos, esos caminos antiguos que los españoles desconocían y así la sorpresa y el arresto militar condujeron a los Patriotas a la victoria, el 24 de mayo de 1822.
Saludamos al glorioso pueblo de Quito y rendimos homenaje a sus próceres; hay que mantener la memoria de Sucre, de Abdón Calderón, de Bolívar, de Manuelita Sáenz y de tantos otros, como ejemplo de amor a la Patria. Y junto a ellos, honramos también la memoria de aquellos héroes anónimos, hombres y mujeres, que perdieron la vida combatiendo por nuestra libertad.
Cuando la causa es justa, todos participan, porque les une el anhelo de equidad y libertad. Eso es lo que ha pasado con varias gestas y misiones emprendidas por el gobierno de la revolución ciudadana, como la Misión Solidaria Manuela Espejo.
Pero, volviendo a la historia, luego de la Independencia el poder no llegó a manos del pueblo, sino que quedó preso en las garras de las élites; mataron a Sucre, desterraron a Bolívar y a Manuelita, y aunque algunas cosas sin duda mejoraron, el gran sueño de la Independencia y de la Patria Grande Latinoamericana, quedó a medio camino.
A cien años de la gesta del Pichincha, los montoneros, los montubios macheteros, los descalzos, los chapulos, se despertaron otra vez junto al general Eloy Alfaro Delgado y recorrieron la Patria sembrando dignidad, cambios, soberanía, educación laica, respeto a la mujer; los indios, los negros, los indígenas, los pobres, las mujeres, se sintieron por fin representados por esa revolución radical que fue perseguida y atacada, que fue destrozada por los intereses del capital financiero, que fue quemada en la Hoguera Bárbara de El Ejido.
Ese Alfaro también renace hoy, en la primera figura del país. Pocos podrán decir, como nosotros: “he tenido el privilegio de cristalizar esperanzas, a diario, con alguien que ya entró en las páginas más dignas, revolucionarias y solidarias de la historia de Ecuador”.
Casi doscientos años han pasado desde aquel 24 de mayo de 1822. El gobierno de la revolución ciudadana siempre ha saludado la gesta libertaria, con renovado y firme compromiso de continuar sin descanso hasta consolidar nuestra Segunda y Definitiva Independencia. Ese es el mandato, la orden que nos ha dado el pueblo, con alegría, con una votación sin precedentes, porque esta Revolución ya no es a sangre y fuego, no la hacemos solo unos pocos, la hace todo un pueblo, que se levanta digno y orgulloso para construir un mañana de Buen Vivir, la Patria amorosa, pacífica, democrática e inclusiva.
Queremos una patria en paz. Entendemos la paz, como un resultado de la justicia, del desarrollo equitativo y armónico de la sociedad; una paz enmarcada en el más profundo y amplio respeto a las libertades individuales y colectivas; el reconocimiento a la diversidad, y el profundo compromiso con el presente y con el futuro.
Hemos aprendido que no puede haber desarrollo sin defensa, pero tampoco defensa sin desarrollo, y nos atrevemos a decir que no hay mejor defensa que el desarrollo.
Hoy conmemoramos también el Día de las Fuerzas Armadas; hoy, luego de casi 200 años de la Victoria del Pichincha, reconocemos en nuestras Fuerzas Armadas la misma nobleza y la misma entrega que tuvieron los patriotas de 1822, la misma mística para defender al pueblo, para prestar su contingente allí donde sea necesario, en emergencias, en apoyo a la seguridad, para apoyar el engrandecimiento de nuestra Patria y a nuestros ciudadanos, exponiendo en esta labor incluso la vida misma.
Lo he dicho y lo repetiré siempre: la Misión Solidaria Manuela Espejo tuvo un motor incansable en cada soldado que ayudó a peinar la patria para localizar y ayudar a toda persona con discapacidad, no importa en donde estuviera. Con nuestras Fuerzas Armadas hicimos otro tipo de guerra: una batalla diaria contra el olvido al pobre y el abandono al necesitado.
Ecuador ha despertado. Hoy, los héroes van por las calles y plazas, por las fábricas y los talleres, por las escuelas y los barrios; nuestros próceres han abandonado el frío mármol o el bronce, y bajan de sus solemnes pedestales, para unirse al obrero y la maestra, al campesino y al jurista, a las señoras del mercado, a las empleadas domésticas, a las madres, a la juventud, a los jubilados; a los pescadores y a las lavanderas, a sus soldados, a los hombres y las mujeres de todos los días. Comparten sus sueños y desvelos, sus anhelos y frustraciones, y acompañan con su aliento el trabajo constructor y creativo, y los esfuerzos de hoy por continuar la tarea libertaria en la que ellos fueron ejemplares.
Ha despertado Eugenio Espejo en los jóvenes, Simón Bolívar, Sucre, Lavalle y Calderón, en los campesinos, en los obreros; han despertado nuestras Manuelas Libertarias –Espejo, Cañizares y Sáenz-, en las mujeres que alientan la construcción de una esperanza para sus hijos y en las que apoyan procesos de verdadera participación en las oficinas, en los colectivos ciudadanos o en la presidencia de la Asamblea Nacional.
Hoy caminamos llenos de esperanza, de ilusiones recobradas. Las metas del gobierno son claras: profundizar la revolución para diversificar la economía, dinamizar la productividad, garantizar la soberanía nacional y salir de la dependencia primario-exportadora.
Se va a fortalecer la economía solidaria, que es la riqueza del pueblo, a promover las diversas formas de producción comunitaria, asociativa y cooperativa; se va a afianzar la soberanía alimentaria, la redistribución de la tierra y la productividad sustentable del agro, especialmente en las pequeñas y medianas unidades agropecuarias.
Una de las metas más claras es la revolución del conocimiento y de las capacidades. Al fin se está promoviendo la la investigación, la gestión de los saberes y la innovación para alcanzar la sociedad del conocimiento y el cambio productivo, contando, por supuesto, con esa revolución Educativa que está ya cambiando nuestra historia para siempre.
El mayor desafío, a partir de mañana, es conseguir erradicar definitivamente la pobreza, con salud, educación, igualdad de oportunidades, empleo pleno, servicios de justicia, con equidad y con solidaridad e inclusión.
¿Quién dice que no podemos soñar? Es nuestro deber soñar, con alegría, con fe, con infinito amor, para dejar a nuestros hijos no solo un país mejor que el que recibimos, sino el Ecuador maravilloso que soñamos.
Me decía hace unos días el presidente: “Somos herederos del pueblo libérrimo y al pueblo nos debemos. Con el ejemplo de nuestros grandes predecesores, obedeciendo la voluntad popular continuaremos, con infinito amor, con el corazón lleno de esperanza, forjando la Patria Nueva, construyendo nuestra Segunda y definitiva Independencia.”
Y, puesto que hoy es mi última intervención y presencia como Vicepresidente de Ecuador, como compañero de fórmula de Rafael Correa Delgado, quiero usar unas frases que Sucre escribió a Bolívar:
“Usted dice que yo he hecho mucho por este país; y yo he dicho que he hecho lo que usted me ha mandado a hacer, y lo que cualquiera hubiera hecho con las lecciones de usted.”
Hasta siempre presidente, hasta siempre amigas y amigos